lunes, 27 de noviembre de 2006

Ne me quitte pas

Johann siempre me había parecido una persona extraña. La primera vez que le vi, me atravesó una bocanada de aire frío, como si de un fantasma se tratara. Nevaba en St.Germain y me decidí a entrar a una bohemia cafetería, la cual yo habituaba por aquel entonces, en la rue de Belleville. Entré a tomar un chocolate caliente, y allí estaba él. En su mesa habían hacinados unos cuantos libros, su sombrero, un café solo y un cenicero repleto de cigarrillos. Me llamó la atención que el negro predominara en su atuendo, le envolvía mas si cabe, en ese halo de misterio y opacidad en el cual se zarandeaba. Ese chico me resultaba familiar y no sabía porque, pensé que probablemente se tratara de un dejavu, pero algo me decía que no. Yo me encontraba en final del salón de aquella cafetería, había poca gente aquella anubarrada tarde. Le observe durante varios segundos, el no lo aprecio, deduzco que andaba embebido en la lectura que llevaba a cabo en aquellos instantes. Me picaba la curiosidad. Mi deteriorada vista no me permitía apreciar porque lecturas se decantaba, pero quería saberlo. Me acerque a la barra, simulando decidir entre un capuccino o un helado de café, los cuales estaban inscritos en la gigante carta que se encontraba en la barra, y esta fue mi maquinación para averiguar sus antojos literarios. Comte, Zola, Clarín y algún autor mas que desgraciadamente no llegue a descifrar, aunque nunca imagine que nuestros gustos fueran, a posteriori, tan contradictorios. A veces conservamos recuerdos, que no llegamos a clarificar si se trata de suntuosidad o simplemente de una ficción artificial que nuestra mente ha agregado para hacerlos más placenteros. Recuerdo que sonaba Edith Piaf, Ne me quitte pas, cosa que hizo alargar aquel momento, el cual nunca imagine que podría llegar tan lejos. Como me gusta esa canción.